EDITORIAL


Gustavo Leoz cumple 80 años.

Sánchez Salorio M


De modo inexorable la GRAN RUEDA va haciendo girar los días y los años, las primaveras y los otoños, las tristezas y las alegrías. Como bandadas de pájaros que huyen van escapándose de nuestras vidas las horas.

Todo fluye, pasa y busca su final.

Pero al mismo tiempo en el alambique que todos llevamos dentro -y en el que, en el fondo, consistimos- se va produciendo una lenta y provechosa destilación. Las exprimidas uvas de la vida van entregando, gota a gota, pulso a pulso, el agridulce orujo de la sabiduría. Vamos aprendiendo a separar lo trivial de lo importante, lo efímero de lo que permanece, lo que dispersa de lo que da peso y consistencia. Pasada ya la gran criba del tiempo los afectos se van haciendo más sinceros y exclusivos, los juicios más generosos, las ideas más liberales, las creencias más maduras y personales. Empezamos a dirigir la mirada hacia dentro y a hablar más con nosotros mismos porque ¡al fin! vamos conociendo quienes realmente somos. Eso es la madurez.

Pues bien, la cultura dentro de la cual vivimos y de cuyos valores nos nutrimos, a todo eso lo llama el ocaso. De modo inevitable la metáfora en que se expresa el recorrido del Sol -orto, cénit, ocaso-, se traslada sin más al transcurso de la vida humana.

Pero no siempre ni en todas las culturas ha sido así. Desde sus lucidos noventa y muchos años, Juan José Barcia Goyanes ha recordado hace bien poco que ese tiempo al que nosotros llamamos vejez los persas lo nombran como "cuando el sol se vuelve amarillo". Porque eso también es el ocaso: el único momento del día en que el sol puede ser visto y contemplado directamente sin que su luz nos dañe ni deslumbre. Y como el sol otras muchas cosas. No en vano la lechuza, el ave de la sabiduría, levanta su vuelo al anochecer...

Los ochenta años de Gustavo Leoz, cuyo cumplimiento celebramos hoy, constituye un expresivo ejemplo de ese enriquecimiento que supone una vida colmada, una vida vivida siempre "al nivel de sí misma".

Tengo para mí que entre los privilegios que la vida me ha concedido no ha sido precisamente uno de los menores el de haber conocido y haber sido amigo de Gustavo Leoz. Y ahora voy a intentar explicarles a ustedes el por qué de esta percepción. El contacto personal funciona siempre como una especie de ósmosis. Cuando uno se encuentra con otra persona pueden ocurrir tres cosas: que uno salga del encuentro tal como entró, que lo haga sintiéndose disminuido como si le hubiesen robado algo o por el contrario que salga uno sintiéndose más inteligente, más optimista, mejor persona. Sin que sepamos bien por qué hay gente que con su mera presencia te aumenta las ganas de vivir y otra que te las disminuye. En algún lugar Benedetto Croce define al pelma como aquel "que te quita la soledad sin darte la compañía". Pues bien, Gustavo Leoz ha sido siempre la contrafigura del pelma. Ha vivido siempre dando lo mejor de sí mismo: su ingenio, su cultura, su bondad. Regalando compañía amigable y enriquecedora. Después de hablar media hora con Gustavo uno se reconoce siempre a sí mismo como más culto, más ingenioso, más locuaz, más enriquecido por dentro. Es un ejemplo perfecto de "compañía itinerante", de aquella que une a quienes hacen camino juntos. Y esto no sólo en un sentido metafórico -el hombre es siempre "homo viator", viajero- sino también en el estrictamente literal:jamás olvidaré un viaje con Leoz a Viena, Praga y Budapest hace ya muchos años, cuando en las fronteras te recibían con alambradas, metralletas e interrogatorios interminables.

Gustavo Leoz es un intelectual que se esconde a sí mismo bajo el prisma del humor. Ironizar sobre uno mismo y sobre lo que nos rodea es el único antídoto capaz de neutralizar el veneno del dogmatismo y de la pedantería. Allí donde llega Quevedo -dice en algún lugar Gómez de la Serna- todas las cosas se ponen "patas para arriba". Esa es la función de la ironía: no destruir la realidad ni tampoco a nosotros mismos pero sí ponerla "patas para arriba" para poder verla -y vernos- desde otra perspectiva.

Esa es la función socrática que desde hace ya muchos años Gustavo Leoz ha ejercido y sigue ejerciendo todavía entre nosotros. Por todo eso y por haber sido siempre tal como es le damos hoy las gracias y le deseamos un cumpleaños feliz.

Palabras pronunciadas en el Homenaje que le tributó al Dr. D. Gustavo Leoz de la Fuente el Seminario del Departamento de Oftalmología de la Universidad Complutense de Madrid (18-VI-1998)

Prof. Manuel Sánchez Salorio