EDITORIAL

Casi mil palabras que quizás dicen poco pero hacen pensar


Hace poco celebré mi 75 aniversario. A pesar de la «cifra», que aparentemente atemoriza, me siento como un niño, en quien ha renacido el espíritu y ha vuelto a despertar el resplandor de lo que aún queda por delante, de lo que aún la vida tiene por ofrecer.

Aunque a veces siento el peso de la edad, mi pasión por la vida y por aprender me otorga cada día una gran recompensa. Hablando de aprender, creo que la docencia y el aprendizaje son una entidad dinámica que debe alimentarse y cultivarse sin cesar para que se pueda admirar su brillantez y, en definitiva, sea útil para la humanidad.

Debido a nuestra profesión pasamos gran parte de nuestras vidas dentro de clínicas e institutos, en quirófanos y en consultas, yendo a centros educativos, a la universidad, a reuniones y congresos... Es decir, el compromiso ligado a nuestra profesión de estar a punto en todo momento, a veces nos deja perdidos en el laberinto de la vida, a la deriva y perplejos.

A menudo hacemos cosas de forman rutinaria, aconsejando a terceros de CÓMO, QUÉ, CUÁNDO, DÓNDE, hacer «X» para aliviar en lo posible sus preocupaciones, afecciones, etc. pero, muy a menudo nos olvidamos de nuestro yo, omitiendo nuestras propias preguntas de CÓMO, QUÉ, CUÁNDO, DÓNDE.

Es tan fácil y al mismo tiempo tan difícil ser conscientes de ello que se nos pasa por alto. Situación también aplicable a la transmisión de conocimientos de unos a otros, entre compañeros, entre generaciones, entre NOSOTROS, es decir en la docencia. ¿Cómo y de qué manera hemos contribuido a favor del aprendizaje en el mundo de la oftalmología? ¿Es mejor ser maestro o estudiante? Muchos quisiéramos ser considerados profesores, pero ¿cuál es la línea divisoria entre estas dos figuras antónimas? ¿Dejamos de ser estudiantes una vez nos convertimos en profesores? Hoy en día llevamos a cabo investigaciones inacabables para probar nuestra profesionalidad. En nuestros estudios damos a las estadísticas un criterio «oro» con el fin de que se divulguen nuestros trabajos en publicaciones, como la presente, y se nos reconozca nuestro nombre para ganar el respeto y la estima de nuestros colegas.

La competitividad de nuestros días puede llegar a confundir nuestros valores más básicos. ¿Cuántos de nosotros podemos recordar fielmente el juramento hipocrático que prometimos de corazón hace ya algunos años? Es difícil conseguir el equilibrio perfecto entre la pasión interna por conseguir la excelencia en el trato de nuestros pacientes y la influencia externa de la competitividad académica y profesional. Siempre debemos mantener una actitud abierta y modesta.

Hemos de ser conscientes de que en este mundo nunca se llega a saber todo, nunca llegamos a conocer el absoluto. Y qué mejor ejemplo que el del mundo de la ciencia, en donde los caminos por investigar son infinitos y que sobre lo que se va descubriendo se debe ir siempre perfeccionando.

Muchos pacientes e incluso doctores jóvenes me respetan con admiración y reconocimiento y, aunque no puedo negar que es una experiencia gratificante, también debo añadir que lo que más me halaga es poderles ofrecer la posibilidad de aprender con humildad. Con ello quiero decir que nuestro mayor maestro es el propio PACIENTE. Realmente de quien aprendemos diariamente es de ellos, no sólo respecto a la oftalmología, sino también acerca de la vida diaria, acerca del significado de una sonrisa, de la desesperación, de... miradas entrañables.

Cabe añadir que también a través de los jóvenes estudiantes, con sus preguntas, nos damos cuenta de cuanto más podemos investigar y del papel crucial que es ser líder, que es abrir caminos.

Tener 75 años es un privilegio.

En lo que va de década, una de las preguntas que me acompaña siempre en las diversas entrevistas es la de: «...y usted, ¿cuándo se jubilará?». Mi respuesta siempre es la misma, «Dios». No me importa que me lo pregunten, al contrario, pues cada vez que lo oigo me confirma la teoría de que la vida está formada de instante a instante y que estos instantes se han de vivir. Válgame la redundancia.

Podríamos comparar muy bien nuestras ideas con un diamante y la luz con nuestra herramienta y nuestro fin de lucha. A través de la luz podemos ver qué les ocurre a nuestros pacientes para que ellos puedan también ver la luz. Una misma palabra para un fin distinto. Curioso. Y lo del diamante, se preguntarán, a qué viene. Sólo un rayo de luz blanca penetra un diamante, refracta y refleja todos los colores brillantes de un espectro. Comparémoslo pues con una de nuestras ideas, una idea que debe examinarse, exponer y compartir con todos, siendo vista por cada uno de nosotros desde diferente perspectiva.

En fin, demos a la educación el valor que se merece y dediquemos toda nuestra pasión para que sea lo más perfecta posible, sembrando inquietudes e ilusiones.

Mi intención en esta editorial es pedir, aún mejor, rogar a mis colegas, estudiantes y pacientes, que formemos un equipo unido, con el objetivo final de enseñar, aprender, ayudar y compartir, con PAZ, AMOR y SERENIDAD.

Prof. Joaquín Barraquer