EDITORIAL


Calidad y futuro


Las sociedades médicas se han expandido en nuestro medio como una alternativa a la medicina pública y a la estrictamente privada, en el primer caso argumentando que la atención al paciente es más directa y personal que en el sistema nacional de salud y en el segundo ofreciendo unos precios más asequibles al usuario que los que le supondría una consulta privada a un especialista de reconocido prestigio.

Me gustaría compartir algunas consideraciones acerca de estas supuestas ventajas que ofrece al beneficiario y/o al profesional la vinculación con estas aseguradoras, así como el funcionamiento de las mismas. Creo estar capacitado para ello pues me encuentro en los dos extremos de la relación, tanto como médico especialista del cuadro de algunas de ellas, como beneficiario de una póliza de salud.

En primer lugar voy a analizar mi situación como paciente que contrata con una sociedad un seguro de salud que me ofrece atractivas condiciones como todos sabemos, entre ellas la libre elección de médico, acceso a centros privados de reconocido prestigio (incluso en el extranjero), todo tipo de pruebas diagnósticas y de tratamiento, sin listas de espera, y un largo etcétera de excelencias con las que no quiero aburrir, todo por una cuota anual asequible con posibilidades de fraccionamiento en tres o seis meses y tras una declaración jurada de salud o un reconocimiento médico en el que se descubrirá lo que de entrada ya no me cubre la póliza, o determinará un periodo determinado de franquicia.

Una vez contratado, descubriré probablemente que el cuadro médico no es tan amplio como me prometían y que tal o cual profesional ya no trabajan para la sociedad; que con los centros médicos ocurre algo parecido así como con las pruebas diagnósticas que se limitan a tener que acudir a un centro determinado, sin posibilidad de elección. Por otra parte, en la mayoría de los casos no sabemos que cada vez que utilizamos los servicios contratados nos van a cobrar una cuota por la utilización de los mismos y mucho menos a cuánto asciende la misma.

No trato con estas críticas el restar utilidad a estas entidades, sino simplemente el exponer algunos conceptos que estimo se pueden mejorar ya que sin ningún género de duda esta modalidad de medicina ha tenido y tiene por el momento un importantísimo papel en nuestro sistema sanitario.

En cuanto a mi posición como profesional asociado al sistema, no quiero parecer aún más crítico con el mismo, pero creo que a este lado salimos claramente perdiendo. Lógicamente, y con razón, algunos dirán que por qué trabajamos para ellos si son tan desfavorables para nosotros, pero no se trata de esto, sino de aportar un punto de vista que ayude a mejorar la relación actual.

El médico asociado no deja de ser un trabajador con las mismas necesidades que cualquier otro y aunque sabemos que esta profesión es sobre todo vocacional, de eso no se vive y menos hoy en día con la tan manida crisis, le gusta cobrar como a todos a fin de mes y no a los dos meses, obtener por su trabajo un salario digno, y no precios por acto médico con baremos creados hace más de diez años en clara contraposición con la realidad económica actual y totalmente desfasados, y aunque subieran las tarifas en un «alto» porcentaje (el 50% de 10 euros solo son 5 euros), esto no solucionaría nada, pues seguiríamos alejados de la realidad actual.

No trato de culpar a las sociedades por este hecho, creo que somos nosotros mismos los culpables por haberlo aceptado en su momento y no haber actuado desde el principio desde nuestros órganos de representación, por supuesto hablo de los Colegios de Médicos, una de cuyas funciones principales según hemos estudiado todos era la defensa de sus colegiados y la lucha contra la competencia desleal.

Los verdaderos artífices de que estas sociedades ganen dinero, somos los profesionales que trabajamos para ellos, solucionando y cubriendo directamente las deficiencias del sistema, a veces con alto riesgo, con nuestro esfuerzo personal. Pero es en este momento, cuando la situación de la medicina se encuentra en la encrucijada de un cambio entre, por un lado; la sustancial mejora en el sistema nacional de salud en cuanto a que las listas de espera disminuyen debido al aumento de centros, la equiparación de salarios entre medicina publica y medicina de sociedades, con menor responsabilidad, personalización y horas de trabajo en la primera, asociado a un déficit claro en el número de profesionales, y de otro; la cuestionada sostenibilidad del sistema público de salud, hace que la balanza pueda desequilibrarse entre elección de medicina pública o de sociedades, a la hora de trabajar, por el futuro especialista. La verdadera competencia de la medicina de sociedades es la Seguridad Social y no por el lado del enfermo sino por el del especialista. Para que continúen existiendo las distintas opciones para los usuarios, es necesario que nos pongamos todos manos a la obra y tratemos de solucionar los problemas de los que adolece el sistema.

Estoy seguro que si de forma bilateral entre los Colegios Médicos y las distintas aseguradoras, con la asesoría de los adecuados profesionales que modernicen los baremos ajustándolos a una realidad actual, desechando los obsoletos que padecemos en los que aparecen actos médicos que ni siquiera se realizan o existen, el sistema tendrá validez y podrá perdurar en el tiempo. De lo contrario está abocado a la desaparición, condenándonos a una situación en la que sólo quede medicina pública para la mayoría de la población y la puramente privada solo para algunos privilegiados, desapareciendo la libertad de elección y de mercado.

Dr. Federico Moreno Alguacil