LA VENTANA DEL RESIDENTE


Doctor, mis ojos me controlan

HURTADO J1

1 Residente del Hospital Ramón y Cajal. Madrid.


Queridos lectores,

Ya hablamos en otra ocasión de lo duro que era enfrentarse a la forma de hablar de los pacientes (El retorno de Babel, Studium volumen XXVI, n.º 4 - 2008) pero hay otro asunto que subyace al hecho de tratar con personas y, mucho más, a tratar con ojos. Sí, esas dos excrecencias protuberantes que tenemos en la cara normalmente en número de dos y por las que el cerebro se asoma y ve.

Y si no, no me digan que nunca se han encontrado con esta situación:

–José, mire hacia abajo.

Y José, haciendo un terrible esfuerzo mientras mira hacia arriba y abre la boca, dice tranquilamente:

–No puedo…

Y lo dice el tío sin remordimientos, absolutamente convencido de que «no puede», parpadeando convulsamente e incluso haciendo zig-zags con los ojos como un poseso.

–José –dices tranquilamente– está mirando para abajo, mire para arriba, por favor.

–Y José –de forma insólita– vuelve a contestar que no puede.

Siempre pienso que no es culpa del ojo, pobrecito, él es un mero ejecutor de órdenes… la culpa es de quien lo maneja. Porque no me digan que si le damos una orden al ojo, no obedece… ¿o es que los ojos van por su cuenta y tienen autonomía? Dubitativo ante tal afirmación… investigué… y hallé expresiones que afirman que los ojos tienen vida propia: la comida entra por los ojos, los ojos hablan cuando los labios callan, los ojos de una persona no mienten, el ojo nos da de comer a los oftalmólogos, se me van los ojos… ¿cuántas veces se nos han ido los ojos hacia algo sin que lo podamos evitar? Un dulce, una prenda de ropa, un anuncio, un chico o una chica despampanantes… Y si no los podemos controlar ¿quién lo hace?

El cerebro tiene mucha culpa pero hay multitud de circunstancias que dejan libre al ojo para hacer lo que quiera: el dolor, el alcohol, ir al oftalmólogo más de una vez, la predisposición del paciente, el nerviosismo, las experiencias previas… todo le da autonomía porque es poderoso y se aprovecha. Y es poderoso porque tiene los músculos más inervados del organismo (una fibra por cada fibra muscular comparado con 100 en otros músculos estriados), una inervación sensitiva corneal que es 300 veces mayor que la de la piel y 80 veces la del tejido dentario y que emborracha al cerebro de información, media corteza cerebral implicada en el procesamiento de la información y varios reflejos que juegan en nuestra contra (Bell, acomodación-convergencia, corneal, fotomotor, oculocefálicos…). Sí, definitivamente el ojo es un poderoso enemigo aunque controlable. Sabiendo cómo maneja una persona sus ojos, sabemos si su cerebro es o no potente… una vez más, el ojo es el espejo del interior, del alma. Poniéndole una gota a un paciente, podemos intuir si la persona es aprensiva, miedosa, emocional, confiada y hasta cerebral, no digo más. Creo que el que es capaz de controlar sus ojos es que tiene bien amueblada la cabeza.

Todo lo dicho, por supuesto, también depende de la edad: los niños de 0 a 7 años controlan regular; los adolescentes varones hasta los 35, fatal; los miopes de más de 7 dioptrías en todas las edades, fatal; los tatuados y musculosos, fatal; los abuelitos de más de 60, mal; las depresivas fibromiálgicas o con enfermedades mentales, mal; los que visten chaqueta y corbata, mal; si es esencial la exploración del fondo de ojo o la presión intraocular, mal; y los que dicen que «el ojo es muy delicado», fatal. Si algunas de ellas se unen (cosa que ocurre con cierta frecuencia), la situación toma tintes trágicos: viejecito de 65 años, tatuado, miope de 9 dioptrías con un glaucoma de ángulo cerrado; niño de 6 años musculoso cuya madre fibromiálgica dice que el ojo es muy delicado; adolescente con trastorno límite de personalidad y conducta sexual atípica cuyo padre de chaqueta y corbata es hijo del viejecito de 65 años tatuado y a la vez marido de la mujer fibromiálgica que dice que «el ojo es muy delicado» y que tiene al niño de 6 años musculoso que es a la vez hermano del paciente, como se puede deducir fácilmente… en fin un adolescente normal a secas. Por cosas menores empezó la Segunda Guerra Mundial.

Asunto aparte, es cuando la indisciplina ocular la vemos en la cirugía de cataratas cuando el ojo complicado se rebela y envía a su esbirro más potente, el vítreo, para defenderse. Duro adversario éste que sólo puede ser combatido eliminándolo pues no se presta ni a debates ni a negociaciones. No es más que una demostración de todo el mal que hay dentro de un ojo… (el ojo del huracán, el ojo de buen cubero… todo son cosas malas).

Ya para terminar, tenemos claro que el ojo debe ser subyugado, sometido y esclavizado al poder cerebral aunque la práctica diaria nos demuestra que no todos pueden llevar a cabo esta labor. Según lo que hemos dicho, el paciente ideal sería una mujer (50% de probabilidad) de alrededor de 45 años, emétrope o ligeramente hipermétrope (muy variable según la población escogida pero pongamos 70% de los que vienen a la consulta, sobreestimando), sin enfermedad mental asociada (80,5% según el proyecto ESEMeD-España… supongo que también sobreestimando), que haya ido al oftalmólogo más de una vez (ni idea, pongamos también 50%) y que acuda por una enfermedad ocular no dolorosa (por ejemplo, un hiposfagma, 5,2% en nuestro hospital). Multiplicando las probabilidades, uno de cada 137 pacientes que acuden a nuestra consulta podrá controlar su ojo de forma perfecta y obedecer fielmente nuestras órdenes. ¡Qué remedio! Habrá que seguir peleando con el resto… porque el ojo… «nos da de comer».