EDITORIAL


Fernando Gómez de Liaño en la memoria y en el corazón


Para Pilar y Charo

Tenía ilustre el apellido, inquieta la memoria y generoso el corazón. Con todos fue amable y nadie le conoció doblez ni engaño. Supo ser culto sin presunción y asumió el éxito sin ostentación. Nunca ni a nadie levantó la voz pero cuando hablaba se percibía que era él quien siempre llevaba la razón. El campo, la familia y los amigos fueron la urdimbre sobre la que fue tejiendo cuidadosamente su perfil y sus costumbres de hombre que confesaba ser feliz.

En el trabajo fue siempre tenaz y en muchas ocasiones clarividente. La oftalmología española le debe que la estrabología, su gran pasión profesional y académica, fuese un territorio habitable. Un área de conocimiento en la que la novedad tantas veces traída directamente por su mano llegaba siempre revestida de un aura de sencillez y de sentido común virtudes que le eran propias.

Fue la suya, en suma, una vida colmada, mantenida siempre a la altura de si misma con emocionante lealtad a los valores que le daban firmeza y coherencia.

Ahora, en el momento de la despedida, no encuentro homenaje mejor ni más hermoso que traerle aquí el poema que Carlos Bousoño dedicó al Aleixandre más último.

«Cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
la luz delgada del amanecer.»

Muchas gracias, querido Fernando, por haber sido tal como fuiste.

Manuel Sánchez Salorio