LA VENTANA DEL RESIDENTE


Expedición a Polo

GUADILLA A1

1 Residente de Oftalmología del HGM. Madrid.


Hola a todos los lectores y mi más sincero agradecimiento por darme la oportunidad de formar parte de esta revista. Me gustaría contarles cómo fue mi experiencia en la expedición realizada por la Fundación Incivi a Polo, Santo Domingo.

Partimos el día 21 de noviembre. Solo éramos dos residentes y la verdad es que estaba algo inquieta pensando si me adaptaría bien al ambiente de la expedición. Nos encontramos todos en el aeropuerto, y desde el primer momento congeniamos muy bien.

Así pusimos rumbo a Santo domingo, en un vuelo que duró nueve horas. Hubo tiempo para risas, para conocerse, para determinar objetivos y sobre todo, fue un vuelo cargado de mucha ilusión.

El primer día lo pasamos en una zona llamada Guawaberry, situada a escasos kilómetros de la capital. El día 22 partimos hacia Polo en una «jeepeta» (como se conoce allí a las furgonetas, ya que son el femenino del «jeep»). El lugar al que íbamos se le denominaba «polo magnético», debido a la sensación que producía cuando viajabas en coche: cuando realmente el camino subía hacia el pueblo, ¡parecía que estabas bajando! (era una sensación muy curiosa). Era un sitio especial hasta en esto.

Llegamos a la casa en la que nos hospedábamos, y los lugareños nos recibieron con los brazos abiertos. Todos estaban muy pendientes de nosotros, tratando que estuviéramos lo más cómodo posible. Siempre había un «wachyman» (como se conocía allí a los vigilantes) cuidando de nuestro bienestar.

La jornada comenzaba a las 6,30 de la mañana. Tras un buen desayuno, iniciábamos nuestra tarea. El primer día lo dedicamos por competo a habilitar salas que pudieran usarse como quirófanos y a la preparación de los mismos. Aquí se necesitaba máxima colaboración por parte de todos para conseguir que las cosas estuvieran a punto para comenzar a operar el tercer día. De esta manera, el centro de salud del pueblo, se convirtió en el «Hospital Oftalmológico de referencia» de Polo.


Fig. 1. Revisión el día después de la cirugía.

El tercer día comenzamos con las operaciones. Aquello no tenía nada que ver con lo que yo había hecho en España. Mi experiencia era con unas cataratas perfectamente seleccionadas (siempre escogiendo aquella que menos se pudiera complicar), un parte estudiado a conciencia los días anteriores, y el adjunto a tu lado, que te insinúa «¿continúo yo?», en cuanto intuye que la cosa pueden no ir tan bien como todos quisiéramos. Allí el material era limitado y no podías estar pidiendo un poquito más de visco para asegurar que tu rexis fuera perfecta. Eran cirugías estresantes, en las cuales se requería sangre fría. Así operábamos glaucomas, pterigium, cataratas, estrabismos… La verdad es que la sensación del primer día era muy frustrante: «Madre mía, ¿dónde me he metido?», era lo único que pasaba por mi cabeza. Pero poco a poco te vas tranquilizando, comienzas a coger el tranquillo a esos pacientes tan distintos. y todo empiezas a verlo con una actitud mucho más positiva.

Sin duda, una parte muy gratificante era revisar a tus pacientes al día siguiente y ver su cara de felicidad por recuperar de nuevo la visión. Unos venían en moto, otros caminando, pero prácticamente a todos los veías llegar con una sonrisa en la boca.

«Gracias doctor. Ahora mi familia no pasará hambre porque vuelvo a ver y puedo trabajar». La verdad es que había comentarios que impactaban. Una historia que nos conmovió fue la de una pareja de la que el marido se quedó ciego por catarata traumática bilateral un tiempo antes de contraer matrimonio (qué mala suerte). Así que, el día de la cirugía, la mujer acudía vestida de novia, porque el día de la boda no pudo verla (conmovedor, ¿verdad?).

Esta expedición ha sido una experiencia muy enriquecedora, no solo en el aspecto profesional, sin duda también en el aspecto personal. Uno de los mejores momentos era cuando acababa nuestra jornada de «hacer el bien» (así lo llamábamos), y nos reuníamos todos para cenar. Contando anécdotas y entre carcajadas, disfrutábamos de una típica cena local.

Tras diez días luchando contra la ceguera, volvimos a Madrid. Grandes amigos hice en esta expedición y espero poder volver a coincidir con ellos y formar parte de nuevo de un proyecto como éste.

A todos los lectores os recomiendo que, si tenéis la oportunidad de participar en una expedición para «hacer el bien», no lo dudéis en ningún momento.

Y sin más me despido, reiterando mi agradecimiento por darme la oportunidad de formar parte de esta publicación.