EDITORIAL


Asterix el galeno

 

Dice Alain Minc en "La borrachera democrática" (Ed. Temas de hoy, 1995) que, fenecido el sistema democrático tradicional, emerge una nueva trinidad compuesta por jueces, medios de comunicación y opinión pública. ¡Cuánto tuvo que cambiar la naturaleza del poder -exclama- para que el confesor pasara de hablar con Dios a hacerlo con los sondeos! Políticos, empresarios, periodistas y todos los demás miembros de la élite -argumenta el autor francés- tendrán que pasar por las horcas caudinas de la opinión pública que, podríamos añadir, si es voluble, sugestionable y por lo tanto manipulable en temas político-sociales, difícilmente lo va a ser menos en asuntos relacionados con la salud, donde tan decisivo resulta el factor psicológico en la necesaria conexión médico-enfermo, clave y cimiento de todo entramado sanitario.

Es evidente, pues, que para bien o para mal, estamos en una sociedad mediática donde los nuevos dioses son el Mercado y la Opinión Pública; de su culto nacen las religiones de la competitividad y la imagen que, como las tradicionales antaño, invaden todos los recovecos de nuestra vida, impregnándola de pautas de comportamiento, rituales y liturgias oficiadas por los nuevos sacerdotes según los dictámenes del último concilio económico-ecuménico. ¿Todos? se preguntaría el guionista de las aventuras de Asterix el galo. No, respondería, una pequeña aldea resiste los embates de las nuevas religiones: desde sus almenas hipocráticas, el mundo médico lucha denodadamente para preservar sus costumbres y tradiciones, una forma de ser y actuar que constituye su propia esencia...

Desgraciadamente, la vida no imita al arte, ni siquiera al cómic, y la medicina, entendida no como una profesión sagrada, pero sí especialmente humana, no sólo no resiste a los nuevos amos sino que empieza a dejarse arrullar por sus cánticos. Proliferan los anuncios a toda página en las que el eminente doctor Tal glosa las maravillas de las nuevas técnicas quirúrgicas en las que por supuesto es un consumado maestro, radios y televisiones rezuman prodigios tecno-científicos gracias a los cuales el oyente-televidente podrá operarse por la mañana y presentarse por la tarde a una olimpiada o a una recreación activa del Kamasutra. Según escribía recientemente en una revista profesional un eminente profesor de Oftalmología, una de las especialidades más zarandeadas por la nueva religión tecno-competitiva "nos vemos repentinamente sacudidos por el oleaje del merchandising más zafio que rebaja nuestra actividad al nivel de las compresas higiénicas, ultracongelados, detergentes, etc., en la que sólo falta ofrecer ¡opérese dos cataratas por el precio de una!". Todo llegará, sin duda, de la mano de esos nuevos leones médicos, bañados no tanto en el mar de Hipócrates como en la pila bautismal de la ingeniería de imagen, que atacan por tierra, mar y aire blandiendo sus técnicas de vanguardia, métodos infalibles para suprimir dioptrías, arrugas o déficits hidráulicos resistentes a la viagra desembarcando cual ultramodernos Moisés con las tablas de la Nueva Medicina para la que nada es ya imposible.

Hace poco, un editorial de El País ponía el dedo en otra de las llagas de la profesión médica, concurrente con la que vengo comentando, a raíz del desgraciado suceso del Hospital Reina Sofía de Córdoba, donde una mujer que acudía a hacerse una ecografía salió del centro sin útero ni ovarios. Se preguntaba el citado editorial cómo había sido posible semejante dislate, y planteaba una hipótesis inquietante: en los hospitales cada vez se habla menos. Con el paciente, por supuesto, decía, pero también entre los propios miembros del colectivo asistencial, entre quienes se está imponiendo la creciente deshumanización de la medicina, abandonada a una rutina que no tiene como elemento de referencia al enfermo, sino al papel o a la máquina. Añadiría desde la atalaya de más de veinticinco años de profesión que se está perdiendo el concepto de enfermo entendido como persona doliente en favor del simple usuario, carne de estadística oficial, barómetro de satisfacción "popular" por la abnegada gestión política de turno, diana de las "últimas tecnologías" (en muchos casos, antes de palpar un abdomen y/o hablar con el enfermo ya se han solicitado costosísimas exploraciones complementarias), objeto de los más alambicados "trabajos de investigación" (autopromoción en muchos casos) o, en el peor de los casos, víctima de un intervencionismo desmesurado.

Lo más preocupante es que en buena parte, los jóvenes -y algunos no tan jóvenes- profesionales se escandalizan del escándalo que manifestamos algunos sobre la deriva de nuestra profesión. Los tiempos son los que son y hay que adaptarse, te dicen. ¡El pensamiento único trasplantado a la medicina!, a lo que se niega contumazmente el voraz lector de Asterix, convencido como el pequeño guerrero de que hay que resistir a los romanos porque está en juego el sentido último de una profesión cuyo objetivo primigenio es el enfermo entendido como ser humano, no como cliente, carne de sondeo o brillante trabajo científico y mucho menos como encandilado receptor de fascinantes mensajes publicitarios. En suma:¿dejarse llevar por la inercia de los tiempos o dignificar una profesión maltratada por las instancias públicas, por la moda judicializadora y ahora por el Dios Mercado?

Si se opta por la cosmovisión de Asterix, es decir la resistencia a la invasión de la aldea médica por la tecnocracia y el merchandising, hay que empezar a tomar cartas en el asunto, y al igual que en el mundo del periodismo, el mejor camino parece la autorregulación de los propios profesionales a través de sus órganos representativos. Una magnífica ocasión para que los cuestionados colegios médicos se reivindiquen a sí mismos.

Dr. Pedro J. Bosch
Médico-Oftalmólogo
Presidente del Ateneo Científico Literario y Artístico de Mahón
Islas Baleares