LA VENTANA DEL RESIDENTE


Un día en las carreras

ARNALICH MONTIEL F1

(1) Licenciado en Medicina y Cirugía. Residente de Oftalmología del 3.er año del Hospital Ramón y Cajal. Madrid.


«Más madera, más madera», nos azuzan desde el control de enfermería en determinadas fases de la guardia. Es la película de nuestra vida como residentes, cada 5 ó 6 días, pasamos una jornada de cine. Más madera desde los ambulatorios, más madera desde los hogares, más madera desde las ópticas, más madera desde el personal de la casa. A veces no sabes si es madera o serrín lo que rige determinadas cabezas. Y no es de ciencia ficción derivar a la consulta de extrema urgencia a las 2 de la mañana a una niña de 15 años, por midriasis bilateral a descartar tumor cerebral, cuyo único delito había sido pedir algo para el picor de ojos. La pobre niña solo tenía las pupilas algo más grandes de lo que al médico le parecía normal.

La planificación actual de nuestro sistema sanitario es que los servicios de urgencias y emergencias se doten de sistemas que permitan mejorar su eficiencia y gestionar correctamente el riesgo de los pacientes atendidos. Y entendemos por urgencia, aquella situación clínica con capacidad de generar deterioro o peligro para la salud o la vida del paciente en función del tiempo transcurrido entre su aparición y la instauración de un tratamiento efectivo en un corto periodo de tiempo.

El triaje es el proceso de clasificación de los pacientes que acuden a un servicio de urgencias, hospitalario o extrahospitalario, de forma que sean atendidos según el grado de urgencia y con independencia del orden de llegada. Así se establecen los tiempos de espera razonables para ser visitados y tratados por el equipo médico. Pero el triaje comienza allí donde el paciente contacta directa o indirectamente con cualquier eslabón del sistema sanitario de atención a las urgencias y emergencias, desde atención primaria, pasando por el centro de especialidades ambulatorio, y por supuesto, el hospital. Existen determinados centros no médicos que deberían tener cierto compromiso de no interferir en el proceso de triaje, y hablo entre otras cosas de muchas hipertensiones oculares inexistentes que con urgencia se derivan al hospital. Las vecinas en ningún caso pueden ni deben ser parte del triaje, por el bien de las coronarias del paciente, y del buen humor del médico.

Los servicios de salud se comprometen con la población a ofrecer una asistencia 24 horas ante casos de necesidad real. Y el médico sacrifica su tiempo y su descanso y se pone a disposición de cualquier urgencia que pudiera ocurrir. Ningún otro miembro del personal compromete tantas horas seguidas. Por ello, en ciertas fases del día y la noche, se pone a prueba la paciencia del médico que presencia la ligereza con que determinadas personas hacen uso del concepto de «urgencia», unos por comodidad, otros, por malestar con el funcionamiento de la atención extrahospitalaria. Fruto de esta insolidaridad, también se resienten los pacientes realmente urgentes, pues han de esperar más de la cuenta a ser atendidos por un personal cansado, y acuciado por el goteo continuo.

Tengo la impresión de que la demanda de la sociedad es de una atención especializada, urgente o no, sin límites horarios, ni restricción alguna. Esto que puede ser muy lícito debería replantear el concepto de la guardia, pues puede llegar a ser insoportable, trabajar tanto tiempo a destajo. Si eso es lo que necesita la sociedad no hay inconveniente por parte de los médicos-residentes en participar pero con una jornada laboral más humana.

La necesidad de cuidado y atención de nuestro querido órgano par, es tremenda en cualquier sociedad, pero da la casualidad de que la oftalmología es una gran desconocida en atención primaria. Esto ocasiona que la primera barrera de contención que sería la atención primaria, haga continuamente aguas. Son los propios pacientes los que desean una atención altamente cualificada, por un especialista, y por ello el centro de especialidades se ve desbordado. Así el servicio de urgencias es el encargado de taponar los fallos del sistema, en concreto aquellos hospitales en que tienen motivados oftalmólogos de presencia física ávidos de redondear un poco sus justos sueldos, lo que es casi sinónimo de médicos-residentes.

«Más madera, más madera», en esos momentos de ajetreo máximo, cuando comienzas a plantearte si los pacientes llegan en autobuses, me consuela cerrar los ojos y recordar esa memorable escena de Groucho y Harpo en el tren. Resulta mucho más reconfortante que pensar en Apocalipsis Now. Bueno, tan solo son 4 años, y de nuevo al tajo.