LA VENTANA DEL RESIDENTE


La empatía del Residente

BOSCH VALERO J1

(1) Hospital Clínico Universitario de Zaragoza.



Dr. Bosch Valero.

En España vivimos aproximadamente una media de 85 años. Especulando con gran desparpajo diremos que los años de plenitud intelectual son muchos menos, entre 50 y 60. La Licenciatura en Medicina y Cirugía tiene, en nuestro país, una duración de 6 años y nos nutre de un gran bagaje teórico de mínima aplicación práctica. Posteriormente nos embarcamos en la preparación del examen MIR en un entorno competitivo que sirve para que afloren una amplia gama de neurosis que, a duras penas, habíamos logrado disimular en la Universidad. Suponiendo que obtengas un número de orden aceptable y que pulses sonriente el botón de «enter» para la especialidad deseada, el trámite del examen MIR nos roba un año y la preparación hospitalaria otros cuatro o cinco. Sí, han sumado bien, un total de 11 ó 12 años de nuestra vida los invertimos en «formación médica», pongamos un 13% o 14% dicho período de rendimiento mental óptimo.

Comenzamos la residencia y tenemos los primeros pacientes, los primeros «actos médicos». Es un momento importante, un punto de inflexión en el que empezamos a intuir qué tipo de médico vamos a ser: la forma de mirarle, hablarle, gesticular, sonreír… influye en la confianza que el paciente deposita en ti. Lo poco que a la ciencia médica han aportado los curanderos, chamanes y predicadores televisivos es la certeza de la sorprendente influencia de la sugestión en el control del sufrimiento e incluso en la mejoría de algunas dolencias.

Pues bien, el Estado se responsabiliza de aportarnos una formación académica con unas buenas bases teórico-prácticas que evalúa continuamente en aras de un ejercicio competente de nuestra responsabilidad y para ello invierte millones de euros. Después de todas las prácticas, exámenes tipo test o desarrollo, trabajos para subir nota, becas en el extranjero, etc. ¿estamos capacitados para ejercer el acto médico? Y, lo que es más llamativo… ¿quién evalúa eso?

Durante los últimos lustros la relación médico-paciente ha sufrido importantes cambios estrechamente vinculados a la revolución del concepto de enfermedad. Antes una dolencia era considerada una prueba de fe, el cuerpo era un simple envoltorio del alma y el sufrimiento la única manera de estar cerca de Cristo. El médico de antaño disfrutaba de una posición respetable, algo distante, pero con un aura poderosa basada en una mezcla de admiración y miedo que hacía de la sugestión un arma más, supliendo las carencias técnicas y referentes a un conocimiento más precario de las enfermedades. En otro tono, antes teníamos glamour… Hoy en día nuestro paciente es otro y la idea que tiene de la enfermedad, muy diferente. ¿No os da la sensación de que tiene derecho a la salud? No hablo de derecho a la asistencia sanitaria, obviamente, sino a la salud individual, al bienestar y a la total y absoluta ausencia de cualquier incomodidad.

Vivimos mejor y la ciencia ha avanzado tanto que no entra en nuestros planes renunciar a los huevos rotos, al cigarrillo de después de cualquier momento, a leer sin gafas (¿Que me las ponga para cerca? ¡qué aberración! ¿No operan aquí de presbicia?). La figura del médico es trascendente únicamente si la evolución no es la deseada, entonces somos acusados de privarle del derecho innato al bienestar y de no utilizar los medios adecuados. Ahora el glamour no lo tenemos nosotros, sino la tecnología, la ciencia, los avances… nosotros sólo la ponemos a su alcance. Lo peor es que tenemos nuestra parte de culpa, por anunciar la última lente intraocular o el LASIK personalizado de última generación y no el Doctor Mengano, que es un buen profesional ¿no?

Pues en este mundo desembarca el Residente, normalmente con cara de adolescente inseguro y respaldado por unos conocimientos que, en cuanto tiene su primer/a paciente delante, se antojan absolutamente insuficientes. Primero tiene que mantenerse en pie ante frases como «¿y tú en que curso estás?» o «Yo quiero que me vea el médico, no el aprendiz» o simplemente un «¿y encima me vas a ver tú?». Peor si cabe si eres mujer, que serás considerada una enfermera hasta que no se demuestre lo contrario, o querrás ahorcar al paciente que, siendo ya R4, espera que tu tratamiento sea corroborado por tu R1, chico, claro.

«Lo primero que tienes que aprender es a darle seguridad» me aconsejó un R mayor. Pero ¿de dónde saco yo la seguridad si no distingo un folículo de una papila? Si no puedo ni enfocarme con la lámpara de hendidura, si no tengo ni idea de lo que tiene, de cómo tratarlo, de si va a curar o no… Con el tiempo te das cuenta que desde tus R mayores hasta el adjunto más prestigioso de tu servicio buscan el respeto, la confianza del paciente de diferentes maneras, para gustos colores. Hay varios patrones de comportamiento, como el modelo residente self-confident (no dudo, no pregunto, decido, soluciono problemas, hago currículum) que es normalmente el mayor productor de yatrogenia, también el residente encantador de serpientes (tengo una personalidad arrolladora, con mi carisma tengo suficiente) que enamora a los pacientes y recibe regalos de agradecimiento, pero no da un palo al agua. También existe el patrón agobiado (se me va complicar, no tengo ni idea, me tocan todos los puros) que te espera con una libreta repleta de dudas sobre la conjuntivitis alérgica a las ocho de la mañana, o el residente legalista (no firmo nada, no paso consulta sin adjunto, libro mis guardias y las tuyas) que incluso advertirá al paciente que él no está formado suficientemente para atenderle.

Cada manera de ser y de actuar puede tener un efecto muy distinto sobre la relación que mantengamos con el paciente. Si, por distintos medios, logramos que nuestros conocimientos y nuestras habilidades adquiridas se acompañen de una buena empatía el paciente se irá de la consulta más tranquilo, cumplirá mejor las pautas de tratamiento y será más comprensivo ante las incomodidades que su enfermedad le ocasione, sean propias de la misma o derivadas de nuestro poco tino. Así, el acto médico será más efectivo, que es lo que importa.