EDITORIAL


La validez actual de la extracción extracapsular de la catarata


La cirugía de la catarata ha sido sin duda uno de los más espectaculares progresos en los últimos 25 años.

Tras la largamente consagrada extracción intracapsular (EIC) una auténtica revolución quirúrgica surgió cuando se impuso la extracción extracapsular (EECC) y el implante de lentes intraoculares, sobre todo de cámara posterior. Pese a su notable grado de depuración y sus excelentes resultados la técnica inicial perduró tan sólo una década pues la exigencia de una incisión de gran tamaño, para extraer el núcleo e introducir una lente rígida, su necesaria sutura, causante de un astigmatismo residual y un período dilatado de estabilización visual, hizo que de nuevo emergiera una durmiente facoemulsificación que, aún propuesta por Kelman en 1970 y sólo practicada por algunos pocos cirujanos visionarios convencidos, había quedado prácticamente abandonada en sus comienzos por sus evidentes complicaciones. El hallazgo de una maniobra como la capsulorrexis, permitiendo unas manipulaciones más seguras y el notable desarrollo tecnológico de nuevos aparatos, la rescató felizmente del olvido.

Tras su renacimiento, la facoemulsificación se expandió rápidamente por todo el mundo y, pese a la difícil reconversión para los cirujanos cómodamente habituados a la cirugía extracapsular y a su laborioso aprendizaje por los nuevos oftalmólogos, ha logrado imponerse de manera definitiva como la técnica universal común, vigorosamente impulsada por la aparición de lentes flexibles que, introducidas a través de una pequeña incisión, prácticamente casi siempre permiten prescindir de la sutura e incluso operar de manera segura bajo una simple anestesia tópica.

Con el razonable objetivo de disminuir la agresión quirúrgica y efectuar las maniobras en un ojo prácticamente cerrado, las presentes técnicas microincisionales, proponen reducir todavía más la abertura corneal.

Durante este vertiginoso período de cambios ¿qué ha pasado con la cirugía extracapsular que tan buenos resultados y tantas satisfacciones proporcionó en su relativamente breve período de esplendor? De entre las muchas respuestas se me ocurren dos, especialmente reseñables.

Primero, que apabullada por las supuestas infinitas ventajas de un procedimiento como la facoemulsificación, accesoriamente sublimado con la mágica, aunque falsa y equívoca, equiparación a la palabra «láser», ha quedado relegada como una técnica casi vergonzante, con la injusta etiqueta de «método antiguo», cuando no obsoleto.

Segundo, que realizada sólo de forma muy esporádica se ha escamoteado cada vez más de los circuitos docentes, privando a los oftalmólogos en formación de su necesario aprendizaje y por consiguiente de la oportunidad de recurrir a ella en determinadas situaciones en las que su empleo puede resultar altamente ventajoso.

Las consecuencias de estos hechos, aparentemente banales, me parecen sin embargo importantes y podríamos citar algunas razones:

1) La cirugía EECC, correctamente realizada, permite alcanzar un resultado funcional prácticamente igual al de la facoemulsificación, con la única diferencia de un período postoperatorio algo más largo hasta la prescripción de las gafas definitivas, por lo que su abandono supone privar al cirujano de un valioso procedimiento alternativo.

2) En algunas ocasiones el intento de una facoemulsificación a ultranza puede constituir un innecesario riesgo para determinados pacientes (edades muy avanzadas, cataratas hipermaduras, ambarinas, de gran dureza, pseudoexfoliación capsular, baja densidad endotelial, escasa midriasis, etc.) en los que, dado el gran deterioro funcional, su aspiración primordial es recuperar pronto la visión, sin importarles demasiado que el resultado refractivo definitivo culmine un poco antes o después.

3) Parece incuestionable que el paciente rara vez pretenderá que el cirujano actúe peligrosamente por aplicarle el «último grito de la tecnología» que, en muchos casos, sólo se demanda bajo el influjo de una manipulada «vox populi», sobre todo si se le informa adecuadamente la posibilidad de originarse no sólo complicaciones menores y reversibles (rotura capsular, prolapso de vítreo) sino otras más graves e incluso irreversibles (edema psudofáquico, luxación del núcleo o fragmentos en vítreo etc.), susceptibles de hacer más tormentoso y preocupante el postoperatorio, en comparación con las menos trascendentes contingencias, aunque tampoco desdeñables, de una técnica segura y reglada como la extracapsular.

4) El abandono de la sutura corneal en una técnica tan habitual como la facoemulsificación de la catarata, ha condicionado un notable descenso del entrenamiento del cirujano para otros procedimientos, no sólo de los que reclaman una delicada precisión como la queratoplastia, en los que la correcta aplicación de los puntos es determinante en el resultado anatómico y funcional, sino para intervenciones menos reguladas, complejas e imprevistas con las que se enfrentan muchos oftalmólogos en centros hospitalarios como la sutura córneo-escleral tras heridas penetrantes, en las que es exigible también una exquisita depuración de la sutura para lograr una adecuada reconstrucción del globo y tratar de minimizar las graves secuelas de unas maniobras inoportunas.

Dr. J. Belmonte