LA VENTANA DEL RESIDENTES


La Oftalmología... a corazón abierto

HURTADO FJ1

1 Residente de primer año del Hospital Ramón y Cajal. Madrid.



Hurtado FJ

Permítanme que me presente: soy R1, aunque a simple vista no se note. Y lo cierto es que, aunque no se note, acabo de empezar una aventura apasionante. Como todos los de mi especie, llevo una vida anormal… y con orgullo me muevo en el escalón más bajo del hospital: el de los que saben «poco de poco». Por encima de mí están los que saben mucho de poco, los que saben poco de mucho, y finalmente los que saben mucho de mucho y toda esta fauna convive alegremente en el enorme caldo de cultivo enriquecido que es el hospital: tenemos siempre la misma temperatura, nos dan de comer, los vítreos cristales del hospital te rodean… en fin, todo lo que uno necesita para vivir. Y está bien que así sea puesto que, como buenos residentes que somos, residimos en el hospital.

Mi primera impresión fue muy buena. Dentro de toda la fauna «macrobiana» que suele haber en los hospitales, pensé que me iba a encontrar al «Ilusionicidus aureus». Esa persona por definición poco «hospitalaria», que «orbita» en una galaxia distinta a la de los mortales, no quiere «pupilos» a su alrededor, está «ciego» para la empatía y el conocimiento le ha transformado en un agrio reflejo de lo que fue en su juventud. Siervo del lado oscuro, es el Dark Seidel del hospital. Es esa persona que, como dice un proverbio inglés, te apunta con el dedo sin recordar que otros tres dedos le señalan a él. Para defenderme, pensaba usar mi mejor espada láser, el interés; mi mejor escudo, la ilusión; y el arma que me hace invencible, la vocación. Pero afortunadamente lo que encontré fueron calurosas bienvenidas e increíble buen trato. ¡Como a mí me gusta! Enfundé mi espada láser y le di forma de linterna… para disimular… sólo espero que el día que se active no le salte el ojo a un paciente.

Cuando llegas a las consultas ya la cosa empieza a ponerse más difícil. Al principio te detienes mucho en cada paciente y vas viendo ojo por ojo… (y diente por diente) pero más ciego que el paciente estás tú, porque no le ves nada, y te empeñas en llenarle los ojos de gotas hasta que la catarata que pretendías ver… le cae al paciente… pero por la mejilla. Luego empiezas a dominar el tema y vuelves a estar ciego… pero esta vez de pacientes, porque ya te conocen de vista y vienen a ti a pesar de que hagas la vista gorda. ¡En un abrir y cerrar de ojos te has transformado en médico! Vuelves la vista atrás y te das cuenta de que las cosas eran mucho mejor cuando no tenías responsabilidades. Y es ahora cuando llegan dos momentos emocionantes de los primeros meses de residencia.

El primero es cuando tu primera noche en el hospital no pegas ojo porque estás en guardia… de guardia… No me digan que no es apasionante cuando entra en la consulta tu primer paciente que «ve moscas» y te ocurren dos cosas: lo primero es lo que hacemos todos los R1, alegrarnos porque afortunadamente no es algo peor… que imagínense que un día entra en la consulta una mosca diciendo que ve pacientes, ¡¡a ver quién es el guapo que acierta en el fondo de qué ojo está el paciente!! Lo segundo que te ocurre es que te preguntas de dónde sale el saber popular, de tanta raigambre en el pueblo español, ¡¡si nadie se lo sabe!! ¿Desconoce acaso la gente que en ojo cerrado no entran moscas?

El segundo momento emocionante es cuando pierdes la virginidad en el quirófano… entiéndase bien, cuando «tocas pinza» ¡Eso sí que es otra historia!

Con el paso de los meses, ves que Oftalmología es una especialidad distinta a las demás. Te das cuenta de que todo nos entra por el ojo (cuerpos extraños, un plato bien presentado…), que hay muchos puntos de vista diferentes, que los oftalmólogos somos los que echamos los males del ojo, que hay que ir con mucho ojo para no meter la pata, que cuesta un ojo de la cara manejar las dichosas lentes y, sobre todo, que en esta especialidad es mucho más importante que en las otras el ojo clínico. No es que tenga nada contra las otras especialidades, de hecho, el primero que me puso la mano encima en mi vida fue un ginecólogo y no me enfadé ni nada, pero nosotros somos diferentes. El ojo es indispensable… vital. O si no sólo tenemos que observar a esas personas que no tienen sentimientos, que «no tienen corazón», y se despiertan cada día vivitos y coleando. ¡El corazón no es tan imprescindible como pensábamos! Pero, ay amigos, los ojos son diferentes y los oftalmólogos también.

Los ojos son las únicas ventanas naturales al interior del cerebro y los oftalmólogos tenemos el privilegio de asomarnos a ellas. Además, los ojos tienen una relación peculiar: son dos, nunca se miran el uno al otro y parecen iguales pero en realidad son opuestos… vamos que son ¡un matrimonio! De hecho el estrabismo no es más que un divorcio. Sí, sí, en serio… y por supuesto, el ojo que fija, fijo que es el femenino…

Ser oftalmólogo es más difícil de definir: es como un yo-qué-sé o un qué-sé-yo; como un gustirrinín que te recorre todo el cuerpo. Ser oftalmólogo es algo que se lleva dentro; como si fuera genético, como todas las mujeres que llevan en su ADN el instinto maternal… (la secuencia GUGUTATA)… y los sindicalistas la UGT. Es algo que se vive.

Nosotros somos gérmenes de esta vivencia. Estemos orgullosos de ser R1; hagamos lo que creemos correcto y creamos en lo que hacemos; consigamos que la gente mire el mundo a su alrededor con otros ojos; no dejemos que el azar elija nuestro destino y, sobre todo, seamos humanos: que lo que hagamos sea el espejo de lo que somos. No será un camino fácil: a los pacientes pacientes les daremos asistencia, asistiremos a cursos, cursaremos partes y partiremos… el bacalao, pero más que nada disfrutaremos. ¡¡Que se note que somos residentes!! Brindo por vosotros. ¡Viva la Oftalmología! ¡Viva el hospital! ¡Viva el ojo clínico! ¡…Y vivan las moscas!