LA VENTANA DEL RESIDENTE


Póngame 100 gr de ojos por favor

RUIZ CASAS D1

1 Residente de Oftalmología. Hospital Universitario Ramón y Cajal. Madrid.


La residencia supone un progresivo aprendizaje teórico y práctico del universo oftalmológico. La parte teórica se va adquiriendo con un poco de docencia por parte de tus compañeros residentes y de los adjuntos generosos que te legan su sabiduría pero sobre todo con mucho estudio personal. Sin embargo, la parte práctica de la especialidad precisa muchas horas de exposición al microscopio y al instrumental quirúrgico.

En los inicios del aprendizaje manual de la cirugía, todo el mundo se siente extraño: son afortunados los que no se suturan los dedos debajo del microscopio o se lo hacen al sufrido ayudante. Por ello, el potencial iatrógeno del nuevo residente es ilimitado y la confianza del cirujano instructor débil, así como sus coronarias. Para solucionar el aprendizaje seguro del arte de la cirugía, son de una ayuda inestimable las prácticas en «wet-lab» en las que, al igual que los pilotos, se experimentan muchas horas de vuelo antes de enfrentarse a unos ojos con pasajero y familia vivientes y demandantes.

Pero no es fácil conseguir ojos voluntarios. Los sondeos iniciales en familiares (abuelos, padres, hermanos, amigos,…) son decepcionantes. Nadie deja que le des un par de puntillos en su sacrosanta esclera, que le aligeres de peso el ojito quitándole el cristalino o el vítreo para que no le den problemas en el futuro, ni tampoco que le practiques una cirugía de glaucoma profiláctica, aunque les engatuses con el cuento de que eso es una cosa muy mala que les puede dejar ciego si les sube la tensión. Evidentemente la gente no es tonta y sospechan cuando ven que te acercas a sus ojillos con las manos temblorosas, dejando un rastro de babas y dibujando surcos en el suelo con los colmillos afilados.

Así pues, una vez descartadas familia, amigos, pareja… y una vez que has sido arañado por tu gato, mordido por tu perro y picado por tu canario, no te queda otra opción que acudir a los profesionales del sector zoomédico.

La primera aproximación a la casquería animal es el carnicero. Y allí vas, con toda tu decisión y aplomo, a la carnicería «Manolito». Esperas tu turno y, tras comprarte tres kilos de vacuno, porcino y pollo, le espetas al carnicero Manolo, –Ah, y dos ojos de cerdo por favor. –¿Cómo dices majo? –te responde Manolo con un fruncimiento de cejas que para sí lo quisiera Carlos Sobera– –¡Dos ojos de cerdo! –respondes autoafirmativo pero inseguro en tu interior –¿Te los hago filetes? –responde Manolo con una media sonrisa. –¡No! –respondes, no sabiendo la primera vez si te lo dice en serio o no. –¿Para qué los quieres? –Sí, Manolo es curioso, pero eso no es lo importante, lo importante es la mirada de la abuela con el pan debajo del brazo que está en la fila escuchando la conversación con los ojos saliéndose de las órbitas (y qué buena pinta tienen, por Dios, con su cataratita diciendo: ¡opérame!) y pensando seguramente que estos jóvenes además de vagos, golfos y adictos al «tasis» practican también algún rito satánico.

De vuelta en el hospital con tus ojos de cerdo, te adentras en terreno peligroso, el quirófano experimental, propiedad del hospital y protegido por el veterinario del hospital, que es un verdadero amo del calabozo. Antes de empezar a practicar tienes que pasar sus tres pruebas: la prueba del microscopio donde hay que convencerle de que no lo vas a romper; la prueba de la limpieza, en la que debes prometer dejar todo limpio; y la prueba de los residuos que te obliga a tirar tus despojos en un sitio donde la señora de la limpieza no los vea y se ponga a chillar o a llamar al 091. Son pruebas difíciles pero con un poco de ingenio y entusiasmo apruebas el examen de «tu amigo» el veterinario.

Y por fin empiezas a trabajar sobre los ojos de animales. Una vez el ojo sujeto con sistemas de sujeción comercializado (caro) o artesano (difícil de elaborar), enfocas el microscopio y ¡sorpresa!, no ves ni torta. Desgraciadamente, esos ojitos que tanto te ha costado conseguir tienen la córnea edematosa porque los socarran antes de llevarlos a la carnicería. ¡Qué triste es la vida del cerdo!, piensas. Total, que le colocas al ojo de cerdo una lentilla terapéutica a modo de queratoprótesis y consigues empezar tu primera zoocapsulorrexis, muy dura y elástica. Llegas a la conclusión de que esto no sirve.

Pero la necesidad genera el talento y con ello la búsqueda de nuevos pacientes de cuatro patas. Así que decides encaminarte a los dominios de Manolo que al final es como de la familia: te da de comer y a veces algo que operar. Decides pedirle ojos de cordero y de conejo y allá que vuelves con ellos al quirófano. Pero de nuevo el mismo problema… en los ojos de cordero descubres una córnea opaca, una cámara anterior rellena de Cola Cao y una esclera que casi se deshace y no aguanta ni dos acometidas del cuchillete. En los miniojos de conejo, la córnea es muy delgada y la cunicorrexis difícil. Respecto a la facoemulsificación, pues nada de nada, no le dan tiempo al animalito para que envejezca porque hay que comérselo, así que acabas aspirando un cristalino gelatinoso. Con esta primera catarata empieza tu carrera como cirujano animal, todavía no sé si es más apropiado decir cirujano de animales. Sin embargo, las expectativas de búsqueda del bichopaciente perfecto no se han cumplido y continúa la fase de I+D.

Pasados los trámites burocráticos y la obtención de los permisos adecuados, se pueden conseguir ojos de perros y gatos de la perrera. En los ojos de perro hay mucha variedad en tamaño según la raza: no es lo mismo un ojo tipo chihuahua que uno tipo mastín del pirineo, aunque anatómicamente son parecidos. Sorprende el parecido con el humano, aunque el fulgor no es rojo sino de un color verdoso-azulado fosforescente que parece diseñado por Ágata Ruiz de la Prada, «fashion» que dicen los guays. El grosor corneal es semejante al humano, la cámara anterior es bastante más grande, se pueden hacer capsulorrexis con un tacto muy parecido al humano y tienen cataratas consistentes. El gato, es otra historia, más sibilino. Tiene una córnea enorme, muy fina y con bastante curvatura, una cámara anterior gigantesca que requiere al menos dos viscoelásticos para rellenarla y una cápsula anterior gordísima y ligeramente elástica, tan gruesa que si la pones perpendicular te trata de tú sin ruborizarse. Definitivamente, no es un animal adecuado para simular la cirugía ocular humana.

Crispado, conseguí contactar con el proveedor de ojos de cerdo de los laboratorios y, después de algunos exasperantes requisitos burocráticos, alcanzas el objetivo de poseer ojos en su punto, sanitos y sin churruscar, eso sí, previo pago de la minuta. Y es que está muy cotizado el ojito porcino porque cuatro ojos cuestan como un gigantesco chuletón de primera calidad. Casi te dan ganas de echarlos a la sartén y saltearlos así vuelta y vuelta con patatitas y vino del país para saborear el suculento manjar. Y es que da gusto ver esos ojitos, con la sangre fresquita en los vasos conjuntivales, con su córnea diáfana, su iris midriático y su fulgor… ¡qué fulgor!

En ellos, la cirugía de la catarata se puede simular con bastante precisión pero con salvedades. La córnea es más gruesa y acostumbrarse a realizar incisiones en ella puede provocar luego que las tunelices poco en el humano, la rexis es muy elástica y exige siempre conducirla con maniobras de rasgado y no de arrastre capsular por lo que luego hay tendencia a hacer capsulorrexis pequeñas en el humano; y la facoemulsificación es únicamente facoaspiración con una cápsula posterior irrompible.

Las queratoplastias penetrantes y las lamelares anteriores se pueden hacer bien aunque las posteriores son imposibles. Se puede practicar sin grandes complicaciones la cirugía filtrante de glaucoma pero el grosor escleral es mucho mayor, puedes hacer tres tapetes esclerales en vez de dos y el comportamiento de la esclera ante los cortes no es el mismo. En las EPNP, el canal se encuentra algo más posterior que en el humano, es difícil encontrarlo y tiene una morfología de malla irregular pigmentada.

En el campo de la cirugía vítreo-retiniana tengo que comentaros que el cristalino protruye mucho hacia la cámara vítrea y es frecuente traumatizarlo, siempre hay que levantar la hialoides porque tampoco le dejan al cerdito tiempo para hacer un DVP, es posible teñir la MLI, intentar pelarla, hacer NOR, incisiones vasculares, separar adventicias, retinotomías, etc. Creo que es un campo que ofrece muchas posibilidades.

Respecto a la oculoplástica y a la cirugía de motilidad ocular, no dispongo de experiencia, porque acarrear con una cabeza de cerdo entera me parece un poco exagerado… aunque todo se andará.

He probado a operar otros animalillos como ratas blancas grandes y gordas y hasta jabalíes de monte pero no me han aportado mucho. No los recomiendo.

Creo que, por comodidad y similitud, el ojo de cerdo sigue siendo el ideal para el entrenamiento quirúrgico en «wet-lab» siempre y cuando seas consciente de las diferencias que presenta con el humano y actúes en consecuencia evitando adquirir vicios quirúrgicos perjudiciales.

Pese a las dificultades que acarrea su desarrollo, la adquisición de los materiales y la consecución de especímenes adecuados para la cirugía, el «wet-lab» supone una ayuda inestimable en el aprendizaje del arte de la cirugía por parte del residente y en el ensayo de nuevas técnicas quirúrgicas en cirujanos ya experimentados. Así que os animo a todos a operar animales hasta que las manos os duelan y empecéis a expeler olorcillo a piara.

Ésta es toda la experiencia que acumulo operando animalitos y aunque últimamente me he encaprichado y tengo en el punto de mira de mi cuchillete a los ojos del dragón de cómodo, un lagarto muy gracioso que corre lozanamente sobre dos patas con una membrana en cuello a modo de golilla, y del koala albino que vi el otro día en un zapping de wuaku-wuaku creo que va siendo hora de dedicarme definitivamente a operar españolitos cañís y de dos patas asumiendo el reto quirúrgico con seguridad animal.